Decidió intentarlo una vez.
A pesar del terror, del
cansancio, de la frustración, del hambre y del dolor, tomó carrerilla y echó a
correr como alma que persigue el diablo hacia la puerta abierta de la cabaña.
Corrió a través de la nieve,
desafiando el gélido viento de la madrugada. Su pierna derecha volvió a fallar
y cayó al suelo, sobre la nieve.
Aulló de dolor y lloró de
rabia.
No llegaría jamás. Los lobos
lo rodearon.
© Lucio González Martínez.
Albacete, a 10 de agosto de
2012.
Se remueve, inquieto. Nota
como dormidas sus brazos y sus piernas. Las manos no le responden, no consigue
abrirlas.
Quiere abrir los ojos pero le
es imposible. Una fuerza extraña le mantiene aletargado. Le duele la cabeza, en
la sien, donde fue golpeado con saña.
Cada vez le cuesta más y más
respirar. El olfato es uno de los sentido que le responde. Huele intensamente a
humedad. Al inconfundible el olor a yeso fresco.
El otro sentido que en el que
confía es el oído. Escucha una melodía tarareada con torpeza y sin sentido del
ritmo. Oye como un continuo arrastrar.
Permanecerá emparedado para
siempre.
© Lucio González Martínez.
Albacete, a 10 de agosto de
2012.
El sabor de la sangre es
ácido y dulzón a la vez. Hace despertar papilas en la boca que nunca antes se
habían despertado.
Mastica lentamente,
saboreando. Le gusta experimentar como la carne se va deshaciendo lentamente
entre sus molares, regalándole ese sabor natural y salvaje.
Seguirá devorando su propio
cuerpo hasta que muera.
© Lucio González Martínez.
Albacete, a 10 de agosto de
2012.
Siento la firme empuñadura
del cuchillo en la palma de mi mano. Me da seguridad y algo de confianza,
aunque sé claramente que sólo es una ilusión.
Apoyo la afilada hoja en mi cara.
Siento el frío del metal recorrer mi mejilla, desde la barbilla hasta el ojo.
Noto el punzante dolor de la herida, el calor mientras se abre la carne, el
manar lento y determinado de la sangre, que baja por mi cuello y mi pecho.
Cierro los ojos, y empuño con
fuerza el cuchillo. No veré amanecer.
© Lucio González Martínez.
Albacete, a 10 de agosto de
2012.
Y el reptiliano ser me miró.
Con curiosidad, con alegría. Con gula.
Medía más de tres metros de
largo, y sus pequeños ojos estaban fijos en mí. Abrió la boca y pude ver sus
dientes, tan afilados como navajas de afeitar.
Su lengua bífida, roja,
alargada, muy fina, siseó.
Empezó a arrastrarse sobre
sus cortas y fuertes patas.
Grité con todas mis fuerzas.
Sólo el eco me respondió.
© Lucio González Martínez.
Albacete, a 10 de agosto de
2012.